Los objetos pintados por Antonio López parecen congelados en una muerte de oleo. Al ser pintados, atraviesan la frontera para descansar en un panteón eterno olvidado por la muerte y por tanto, sin hálito de vida.
Los objetos pintados se desdoblan, el real prosigue en su camino de vida que se encamina a la muerte, mientras los retratados en el lienzo, secuestrados, dormitan desprovistos de esa vida que va preñada de inercia de muerte, igualito le aconteció a Beatriz Viterbo, en el Aleph de Borges.